Durante los últimos días, les preguntamos a algunas personas cuál era el primer museo al que habían ido y qué recuerdos tenían de aquella visita.
1.
Fui al Museo de la Patagonia a los seis años, cuando me mudé con mis padres a Bariloche. Lo primero que recuerdo son los troncos petrificados de la entrada y un diorama que no volví a ver porque creo que me desilusionaría: sobre un fondo celeste, entre musgos que yo creía reales, una serie de aves del sur (pingüinos, chimangos, cormoranes) husmeaba el suelo. No importa si había un lobo marino o lo inventé. Me pareció que esa escena podía salir en cualquier momento del vidrio. Mis padres trataron de explicarme los rudimentos de la taxidermia, pero abortaron la idea al ver mi cara de espanto.
2.
No recuerdo cuándo visité un museo por primera vez. Sé que, en mi niñez, visité el Museo Nacional de Bellas Artes con mis compañeritos de colegio. Recuerdo que me perdí en un pasillo en el que había enormes cuadros desde los que me miraban enormes caras. En esa época (fines de los ‘80), el museo no estaba muy bien iluminado, con lo cual las salas parecían un callejón sin salida y daba igual si de las paredes colgaban cuadros o costillares de vaca. Por suerte, me rescató de ese infierno una dulce profesora. Desafortunadamente, he olvidado su nombre.
3.
El primer museo que visité fue uno de ciencias naturales. No sé si fue el de Parque Centenario o el de La Plata. Recuerdo las salas con grandes dinosaurios, piedras extrañas, algo de misterio y solemnidad, muñecos que imitaban a hombres prehistóricos en diferentes actitudes… Cosas raras.
4.
Mi papá es artista. En el sótano de casa tenía su taller y trabajaba ahí todo el día. Nuestra casa, entre sus obras y las que coleccionaba, parecía un museo. De hecho, muchos amiguitos tenían miedo de venir a casa por las esculturas y los cuadros. No sé cuál fue el primer museo que visité porque siempre fui a museos y galerías. Recuerdo escenas en las que me escapaba y caminaba entre las piernas de los invitados a los cocktails (sobre todo, en la galería de Ruth Benzacar, donde conocía las puertas secretas que llevaban a los vasos de Coca-Cola y donde Malena me daba una hoja para dibujar cuando me aburría). El primer museo que recuerdo haber visitado sola y a consciencia, ya grande, fue la Tate, en Londres. Tenía catorce años y me enamoré de William Turner; especialmente, de un cuadro que se llama Ulysses Deriding Polyphemus - Homer's Odyssey. Lo vi ese día y al día siguiente volví y me quedé mirándolo durante dos horas. Nunca me había pasado algo así con un cuadro, nunca había sentido esa emoción primitiva de mirar algo y emocionarme como si lo hubiese estado extrañando toda mi vida. Ahí aprendí que el arte a veces puede remendar lo desdoblado hace años, el humano, la persona.
5.
Por razones laborales, mi familia vivió en Alemania entre 1983 y 1985, lo que me permitió recorrer –aunque de mala gana– los principales museos de Europa siendo un crío de apenas tres o cuatro años. Me es imposible decir cuál fue el primero que visité, pero puedo compartir una anécdota de aquellos años. Al parecer, yo había quedado encantado con el museo de Versalles, en París. Sobre todo, me había impresionado la figura de Luis XIV, no sólo porque él había sido el “rey sol” sino también porque había pasado buena parte de su vida sobre zapatos de tacos altos para disimular su baja estatura. Días después de visitar Versalles, llegó el turno del castillo de Blois. Por alguna razón, la grandiosidad del lugar me recordó a Luis XIV y, en cuanto ingresamos al palacio, decidí homenajearlo. “¡Yo soy el Rey Petiso!”, parece que grité, rompiendo el silencio del lugar.
6.
Diría, con un poco de miedo a equivocarme, que la primera visita debe haber sido a manos del colegio, cuando fuimos al Museo Histórico Sarmiento, que queda en la calle Juramento. Mi recuerdo está lleno de ruidos y olores típicos del colegio: el griterío, las bolsitas llenas de caramelos y chupetines que comprábamos para llevar, el miedo a haber olvidado la autorización y la plata para el paseo. Me acuerdo de que era un día de mucho frío y perdí un guante azul (en mi colegio, todo era estrictamente azul) en el trayecto.
7.
Si mal no recuerdo, el primer museo que pisé fue el Museo de Ciencias Naturales que queda en la calle Ángel Gallardo. Fui con la escuela y, luego, les pedí a mis padres que me llevaran nuevamente al lugar, tan deslumbrado quedé. Me acuerdo de que, cuando fui con mis padres –no solía hacer salidas de ese tipo con ellos–, les pedí que me compraran unas mariposas que estaban pinchadas sobre unos pedazos de telgopor. Sé perfectamente en qué cajón tuve guardadas esas mariposas durante varios años.