Hace poco más de 50 años, en febrero de 1958, el compositor estadounidense Milton Babbitt publicó en High Fidelity un artículo que aún causa revuelo en el ámbito de la música contemporánea.
El editor de la revista decidió titular la nota “Who Cares if You Listen?” (¿A quién le importa si escuchás?) en lugar de “The Composer as Specialist” (El compositor como especialista). Eso, sumado a la polémica hipótesis de Babbitt –según la cual el compositor de música contemporánea debe aislarse del público–, atrajo la atención de muchos.
Hasta donde sabemos, no está disponible en la web una versión completa en castellano del artículo. Hemos traducido las partes que nos parecieron más significativas.
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Este artículo debería haberse titulado “El compositor como especialista” o bien –sería menos discutible– “El compositor como anacronismo”. Me interesa dejar sentada una actitud relativa al status y la condición del compositor de lo que llamaremos, por ahora, música “seria”, “avanzada” o contemporánea. Ese compositor gasta una enorme cantidad de tiempo y energía (además de mucho dinero) en la creación de un commodity que tiene poco valor o inclusive ninguno. Se trata, esencialmente, de un compositor “vanidoso”. El público en general no conoce este tipo de música ni se interesa en ella. La mayoría de los intérpretes le rehuyen y se irritan con esta música. Por ende, esta música se la interpreta poco y se la interpreta en conciertos de escasa concurrencia, ante un público compuesto por una gran mayoría de colegas “profesionales”. En el mejor de los casos, esta música llega a ser de, por y para los especialistas.
A partir de esta condición de “aislamiento” musical y social, diferentes actitudes han sido expresadas con el objeto de asignar culpas a la música, a los críticos o a los intérpretes y, en pocas ocasiones, al público. El hecho de asignar culpas implica que ese aislamiento es innecesario e indeseable. Creo que esta condición no sólo es inevitable sino que, además, tiene potenciales ventajas para el compositor y su música. Desde mi punto de vista, los compositores harían bien en aceptar, fortalecer y extender esas ventajas.
[…]
¿Por qué debería el lego no sentirse aburrido y perplejo ante algo que no puede entender, sea música o cualquier otra cosa? Lo que me parece indefendible es la traducción de ese aburrimiento y esa perplejidad en resentimiento y denuncia. Después de todo, el gran público tiene su propia música, su música ubicua: música para comer, para leer, para bailar y para impresionarse. ¿Por qué rehusarse a reconocer la posibilidad de que la música contemporánea ha alcanzado un status que tienen otras disciplinas desde hace mucho? Ha pasado el tiempo en que el hombre educado comúnmente, sin preparación especial, podía entender los trabajos más avanzados en campos como la matemática, la filosofía o la física.
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Entonces, me atrevo a sugerir que el compositor, con su música, haga una total, resuelta y voluntaria retirada de ese mundo público hacia uno privado.
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A partir de esta condición de “aislamiento” musical y social, diferentes actitudes han sido expresadas con el objeto de asignar culpas a la música, a los críticos o a los intérpretes y, en pocas ocasiones, al público. El hecho de asignar culpas implica que ese aislamiento es innecesario e indeseable. Creo que esta condición no sólo es inevitable sino que, además, tiene potenciales ventajas para el compositor y su música. Desde mi punto de vista, los compositores harían bien en aceptar, fortalecer y extender esas ventajas.
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¿Por qué debería el lego no sentirse aburrido y perplejo ante algo que no puede entender, sea música o cualquier otra cosa? Lo que me parece indefendible es la traducción de ese aburrimiento y esa perplejidad en resentimiento y denuncia. Después de todo, el gran público tiene su propia música, su música ubicua: música para comer, para leer, para bailar y para impresionarse. ¿Por qué rehusarse a reconocer la posibilidad de que la música contemporánea ha alcanzado un status que tienen otras disciplinas desde hace mucho? Ha pasado el tiempo en que el hombre educado comúnmente, sin preparación especial, podía entender los trabajos más avanzados en campos como la matemática, la filosofía o la física.
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Entonces, me atrevo a sugerir que el compositor, con su música, haga una total, resuelta y voluntaria retirada de ese mundo público hacia uno privado.
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La música que he descripto sólo puede sobrevivir si se le concede un lugar acorde al de otras artes y ciencias. Hay que admitir que, si esta música no encuentra apoyo, el repertorio de silbidos del hombre de la calle no se verá muy afectado y la asistencia a conciertos del conspicuo consumidor de cultura musical no será perturbada. Sin embargo, la música dejará de evolucionar y, en ese sentido, dejará de existir.
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El de las fotos es, obviamente, Milton Babbitt.
Nota: En unos días, seguramente, subiremos una respuesta de Douglas Bell titulada “I Care if You Listen” (A mí me importa que escuches).
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