La teoría de juegos es un tipo de estudio interdisciplinario (la disciplina que predomina es la matemática) sobre la interacción que se da en grupos de personas cuando hay que adoptar una decisión que, ante intereses encontrados, implique “premios” y “castigos”. Estudia cuáles serían las decisiones más adecuadas que cada uno puede tomar en relación con las decisiones de los otros en pos del bien grupal (la palabra “juego” hace referencia, en este caso, a los conflictos que se pueden representar mediante modelos matemáticos simples; por “conflicto” se entiende una situación con partes que tienen diferentes intereses y diversas elecciones posibles ante esos intereses).
Más que una teoría, es un conjunto de problemas cuya solución se aborda desde diversas disciplinas (matemática, filosofía, ética, psicología). Los conflictos se estudian como si se tratase de juegos de estrategia. Aplicable en diferentes campos, ha sido prohijada en las últimas décadas por las áreas de marketing y management de las corporaciones empresariales –como casi todas las ideas y teorías–.
Más que una teoría, es un conjunto de problemas cuya solución se aborda desde diversas disciplinas (matemática, filosofía, ética, psicología). Los conflictos se estudian como si se tratase de juegos de estrategia. Aplicable en diferentes campos, ha sido prohijada en las últimas décadas por las áreas de marketing y management de las corporaciones empresariales –como casi todas las ideas y teorías–.
El más famoso problema que la teoría de juegos ha propuesto es el “dilema del prisionero” (popularizado por Albert W. Tucker, pero atribuido generalmente a Merrill Flood y Melvin Dresher). Aunque existen diferentes versiones de este dilema, la esencia es siempre la misma.
Dos cómplices de un crimen son capturados por la policía. Se los separa y se les plantean tres posibilidades: si uno confiesa el crimen y el otro no, éste queda preso por diez años y aquél es liberado; si los dos niegan haber cometido el crimen, quedan presos por sólo seis meses; si los dos confiesan, quedan presos por cinco años.
Cada uno tiene dos posibilidades que dependen de las dos posibilidades que también tiene el otro. Si el señor X niega el crimen, sólo irá seis meses a la carcel en tanto el señor Y también lo niegue, pero se arriesga a pasar diez años en prisión si el señor Y confiesa. Si el señor X confiesa el crimen, puede quedar libre y hacer que el señor Y reciba diez años de condena, pero, si el señor Y confiesa, ambos tendrán una pena intermedia (de cinco años).
Obviamente, si el señor X estuviera seguro de que el señor Y va a ser solidario y callar, le convendría dejar de lado la confesión. Sin embargo, en una situación así, nadie está seguro de que el otro va a mantener el silencio. A su vez, si habla, el señor X se asegura de que la pena máxima que le puede tocar es de cinco años, pero también puede condenar a diez años de prisión al bueno del señor Y.
Se han dado diversas respuestas a este dilema (todas, claro, insuficientes) e incluso Robert Axelrod ha planteado una versión extendida: el “dilema del prisionero” iterado. O sea, se repite una y otra vez esta situación entre el señor X y el señor Y, con lo cual cada uno conoce y puede “premiar” o “castigar” la decisión que el otro ha tomado antes. En este caso, hay una solución que tiene bastante consenso e incluso un nombre, “tit for tat”; se trata simplemente de comenzar callando y, luego, hacer lo que ha hecho el otro en la ronda anterior.
Ante este tipo de problemas, la teoría de los juegos busca un equilibrio (la idea es que todos los que participan del “juego” obtengan los máximos beneficios y los mínimos perjuicios y que, por ende, ninguno quiera modificar) cuyo nombre, “equilibrio de Nash”, hace honor al Premio Nobel de Economía John Forbes Nash Jr. Sin embargo, no en todos los “juegos” puede lograrse la situación de equilibrio.
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En las fotos: Albert W. Tucker (blanco y negro) y John Forbes Nash (color).
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